Por Andrés Huayta
Caminar por el Cercado después de las 8 de la noche ya no es una opción segura. En Paucarpata, vecinos reportan robos a mano armada en mototaxis. En Cerro Colorado, las extorsiones han llegado incluso a los negocios familiares. Y en distritos como Miraflores y Socabaya, los asaltos ya no sorprenden, solo indignan. ¿En qué momento nos acostumbramos a vivir con miedo?
Arequipa enfrenta una escalada de delitos que no se puede seguir maquillando con operativos aislados. Según datos de la Policía Nacional del Perú, en lo que va del 2025, se han reportado más de 1,800 denuncias por robos en la región, siendo el Cercado y Cerro Colorado los más afectados. A esto se suman las denuncias de cobros extorsivos a comerciantes y transportistas, un fenómeno que antes solo se asociaba a ciudades del norte del país.
Lo más alarmante no es solo la cifra, sino la respuesta. Las cámaras de videovigilancia muchas veces no funcionan. Los serenos mal pagados, sin preparación ni equipos hacen lo que pueden. Y la policía, aunque comprometida, no da abasto.
En marzo pasado, la Gerencia Regional de Seguridad Ciudadana propuso un plan de «zonas seguras» en plazas y parques. Pero mientras se pintan bancas y se colocan letreros de “zona segura”, los delincuentes siguen moviéndose con libertad en mercados, unidades de transporte y hasta en colegios.
¿Y el vecino? Vive encerrado. Ya no abre la puerta sin revisar primero por la cámara. Camina con el celular escondido. Lleva las llaves entre los dedos como cuchillo improvisado. Porque en Arequipa, la gente ya no sale a vivir… sale a sobrevivir.
Es momento de exigir más que promesas. Se necesitan políticas sostenidas, inversión real en seguridad preventiva y, sobre todo, una coordinación eficiente entre municipio, policía y ciudadanía. Porque la inseguridad no solo roba nuestras pertenencias sino también nos está robando nuestra libertad.