Por: Andrés Huayta
En Arequipa, la inclusión está dejando de ser un ideal abstracto para convertirse en una realidad concreta gracias a iniciativas como las de Esteban Ramos, fundador de la Escuela de Señas LARA, quien viene trabajando activamente en talleres y programas dirigidos a formar una sociedad más empática y comunicativa con las personas sordas.
Desde su infancia, el lenguaje de señas ha sido parte natural de su vida. “La lengua de señas es prácticamente mi lengua materna. Mis padres son sordos, y fue el primer idioma que aprendí para comunicarme con ellos”, comenta Esteban con naturalidad, al recordar que en su hogar la comunicación siempre fue visual y gestual.
Hoy, esa lengua que lo vio crecer es la misma que enseña a decenas de personas en la región. Este mes, junto con la Defensoría Universitaria de la UNSA, Ramos lidera un taller básico de lengua de señas dirigido a docentes, personal administrativo y estudiantes universitarios. El objetivo es claro: derribar las barreras de la incomunicación y el estigma.
El mito de que “es difícil”
Muchos asumen que aprender lengua de señas es una tarea compleja. Esteban lo desmiente:
“Es más fácil de lo que parece. Es como aprender inglés. Puedes leerlo y entenderlo, pero hablarlo te cuesta. Igual sucede con las señas: verlas y entenderlas es sencillo, pero practicarlas lleva su proceso”.
Ramos ha visto cómo incluso niños de menos de un año pueden entender y reproducir señas básicas como “leche” o “papá”. De hecho, su hija de apenas nueve meses ya responde a ciertos gestos con emoción. “Cuando le hago la seña de ‘leche’, se alegra antes de ver el biberón. Ya entendió el símbolo”, relata con una sonrisa.
El rol de la familia y la sociedad
Esteban creció en un entorno donde la discapacidad auditiva no fue un obstáculo, sino un contexto distinto. “Mi mamá me decía que cuando era bebé y lloraba, simplemente se despertaba y miraba. No necesitaba oír, sino sentir y estar atenta”. Esta experiencia lo ha convencido de que la crianza con padres sordos no es menos eficaz, solo tiene otro idioma.
Sin embargo, reconoce que aún persisten prejuicios sociales:
“A mis padres les decían que no debían casarse entre sordos porque sus hijos también serían sordos. Pero eso es falso. Yo oigo, mis hermanos oyen. Hay muchos hijos oyentes de padres sordos. Es un mito que sigue por ignorancia”.
Formación e inclusión: una meta en curso
La Escuela de Señas LARA no solo capacita, también transforma. En casi 10 años de actividad, han formado al menos 14 intérpretes que hoy trabajan en universidades, colegios y entidades públicas. Su enfoque no se limita a lo técnico: se promueve la interacción directa con la comunidad sorda, con paseos, salidas y dinámicas reales que refuerzan el aprendizaje.
“Aprender lengua de señas no es solo ir a clases. Es convivir, es comunicarse fuera del aula. Esa interacción hace la diferencia”, subraya Ramos.
Además, explica que una persona adulta también puede aprender. “Hay jóvenes que aprenden en un año y adultos que lo hacen en dos o tres, pero todos pueden hacerlo si hay voluntad y práctica”.
¿Cómo comunicarse con una persona sorda?
Esteban nos deja un consejo práctico y vital: preguntar primero.
“No asumas que alguien sordo te va a entender leyendo labios o escribiendo. Pregunta cómo se comunica: ¿lees labios?, ¿escribes?, ¿usas señas? Y te adaptas a lo que te diga”.
Este conocimiento, aunque parezca simple, puede marcar la diferencia. Como relata una experiencia personal una entrevistadora: “Una vez me topé con una persona sorda que buscaba una dirección y no supe cómo ayudarlo. Me sentí frustrada, porque no sabía lo básico para comunicarme”.
Casos como ese refuerzan la urgencia de democratizar la lengua de señas:
“Todos deberíamos saber lo básico. No sabes cuándo lo vas a necesitar. La lengua de señas salva momentos, salva dignidades y muchas veces, salva vidas”, concluye Ramos.